Desde pequeña siempre sentí una gran atracción hacia el arte. Más que dibujar, me encantaba pintar, jugar con combinaciones de colores y recortes de papel. No fue casualidad que unos años más adelante, terminé estudiando diseño. Pero fue hasta hace poco, cuando comencé a tener una curiosidad diferente por el color. Quería ir un poquito más allá de la teoría y de los términos técnicos que aplicaba cada día. Quería realmente entender cómo asociamos el color con nuestra cultura, nuestra historia, nuestra personalidad.
El color es un fenómeno que siempre ha estado a nuestro alrededor. No nos damos cuenta que influye en todo lo que hacemos y que apenas estamos conscientes de solo un 20% de las decisiones que tomamos en base a él. Es el producto de cómo nuestros ojos interpretan la luz. Pero no se detiene allí.
Cuando la luz entra en nuestra ojos, inicia una conversación con el cerebro y eventualmente el hipotálamo, órgano que regula nuestro metabolismo, nuestro apetito, nuestra temperatura corporal, el sueño, nuestro sistema nervioso autónomo y hasta nuestras funciones sexuales y reproductivas. Lo que significa, que el color no es solo un estímulo visual. También crea cambios fisiológicos dentro de nosotros. Por ende, en términos psicológicos, ofrece también una experiencia emocional. Sus diferentes efectos emocionales, dependen de su cantidad, su saturación y en especial de su contexto. Ya que en el mundo real nunca vemos el color de una forma aislada. Es por esto, que muchas veces respondemos mucho mejor a una paleta, que a un color individual.
Su universo es amplio y de mucho significado. Lo vivimos y respiramos aunque no nos demos cuenta. Lo asociamos a nuestras experiencias personales o memorias de nuestra niñez; está arraigado a nuestra cultura y a las simbologías inscritas por todas las generaciones antes que nosotros.
Cada cultura tiene colores con significados diferentes.
Por ejemplo, en China, el blanco es el color que se usa para los funerales, ya que representa muerte y duelo, cuando en occidente el blanco simboliza pureza, inocencia y paz, y lo vestimos al casarnos o ser bautizados. En Estados Unidos, el naranja es el color de la calabaza y lo asociamos a Halloween, cuando en India, es un color sagrado, que para los budistas, es el color de la espiritualidad y la paz.
Los colores también nos ayudan a conocer un país.
¿No les ha pasado que cuando viajan a una nueva ciudad, sus colores te hacen conectar inmediatamente con su cultura? Hace poco, me pasó. Viaje a la ciudad de México, un país que siempre he relacionado con el color. Pero esta vez, los colores de sus calles, edificios, mercados y museos se conectaron conmigo de una manera más íntima y me hicieron sentir parte de su historia y cultura. Al llegar a Panamá, no podía dejar de observar mis alrededores con otros ojos, y cuestionarme, ¿cuáles son los colores de nuestro país. ¿Qué historias contamos con ellos? ¿Qué emociones se imprimen en las memorias de cada persona que nos visita? ¿Cuál es la paleta que nos representa y cuenta nuestras historias?.
Diseñadores, amantes del diseño: los invito a entender el color, a tomar decisiones inteligentes sobre cómo lo aplicamos en nuestros espacios, objetos, vestimenta. No pasen por alto el poder que tiene y el valor que puede ejercer sobre los demás. También, cuestionen sus colores favoritos (y no tan favoritos) e investiguen qué dicen estos sobre ustedes. Comiencen su propia aventura de autodescubrimiento y a utilizar el color como herramienta de cambio positivo.
