Mediante su obra fotográfica Matías Costa nos cuenta historias. Zonians es su relato de la población estadounidense que habitó en la Zona del Canal de Panamá durante el siglo XX. Ganador en dos ocasiones del Word Press Photo, en su trabajo personal aborda conceptos como territorio, identidad y memoria.
Su exposición en el MAC nos condujo hasta él.
ZONIANS Y PANAMÁ
En 2011 llegaste a Panamá para disfrutar de la beca Lugares de Tránsito. ¿Qué motivo te condujo a Panamá y a interesarte por un fenómeno sociológico como los Zonians?
Era un programa de residencias artísticas que ponía en común la mirada de dos artistas en torno a un mismo tema. Un artista español trabajaba con uno del país de acogida. En mi caso, buscaba una temática vinculada a los temas que generalmente me interesan: memoria, territorio, identidad. Panamá es un país relativamente nuevo y su historia encierra elementos de búsqueda de identidad y readaptación al territorio. En las conversaciones previas que mantuvimos el fotógrafo José Manuel Castrellón y yo, coincidimos en algunos intereses comunes. Y él me habló de los Zonians, que me parecieron fascinantes desde el principio.
¿Cómo evolucionó tu concepto desde que comenzaste un trabajo conjunto con Castrellón hasta tu proyecto individual que has presentado ahora?
Trabajar junto a otro fotógrafo es interesante por- que te permite ver las cosas desde una perspectiva distinta. Pero la fotografía es una disciplina solitaria y cada fotógrafo tiene sus rituales y su manera de profundizar en los temas que trabaja. Cuando terminamos el proyecto para Lugares de Tránsito, sentí que necesitaba ir un poco más allá y concentrar la atención más en el relato histórico, en la evocación. Detecté algunas cosas que me faltaron por fotografiar y también se me hizo necesario ir a la reunión anual que los Zonians celebran en Florida para conocer de primera mano a los protagonistas de aquella historia. Después comprobé que me resultaba más interesante el fantasma de los Zonians que los propios Zonians en la actualidad.
LA ZONA DEL CANAL FUE EL LABORATORIO DE PRUEBAS PARA LA EXPANSIÓN GRINGA QUE VENDRÍA DESPUÉS.
¿Posees alguna otra referencia artística o documental sobre este fenómeno?
No conozco a otros artistas que hayan trabajado sobre el tema, pero me pareció muy interesante lo que se mostró en la Bienal de Arte de Panamá en 2008, con trabajos de artistas como Francis Alÿs o Jonathan Harker. Y por supuesto la novela canalera de Joaquín Beleño.
Un fenómeno tan particular y endógeno de Panamá puede considerarse único. En tu proceso de investigación, ¿encontraste algún paralelismo con otras regiones ocupadas por Estados Unidos?
Bueno, hubo quien comparaba la situación de Canal Zone con las Company Towns, pero no es lo mismo. Si bien la Panama Canal Company era el núcleo de la sociedad Zonian, el proyecto allí era más amplio, más ambicioso, no solamente comercial. Los Estados Unidos pusieron en práctica un proyecto de sociedad, una especie de territorio autónomo que funcionaba como extensión concentrada de la sociedad norteamericana. De algún modo fue el laboratorio de pruebas para la expansión gringa que vendría después en otros lugares. Pero en ningún otro lugar Estados Unidos logró crear un satélite autónomo y autosuficiente como en la Zona del Canal.
FOTOGRAFÍA
He leído que tus proyectos personales son de largo recorrido, que necesitas tiempo para trabajar- los. ¿Son tan íntimos como para dedicarles tanto tiempo? ¿El hecho de que pasen años no modifica la primera idea o incluso, puede aniquilarla?
Soy fotógrafo de profesión, hago fotografías por iniciativa propia y por encargo. Mis proyectos personales nacen de los encargos y viceversa. Zonians es un buen ejemplo, ya que llegó como un encargo y se convirtió en un proyecto más amplio. Tengo identificados los temas que me interesa tratar, como te comentaba, y procuro alinear las cosas que hago hacia ese eje. De ese modo puedo dedicarme de lleno a cada proyecto. Para mi, esa es la premisa para que un proyecto sea personal, que esté en sintonía con las cosas de las que a mi me interesa hablar: el desarraigo, la trashumancia cultural, las migraciones actuales o del pasado reciente, la imposibilidad de un destino definitivo o de una pertenencia inequívoca, la identidad erigida sobre lo fragmentario y disperso, las readaptaciones, la pérdida, la fragilidad de todo lo alcanzado, la extrañeza, la memoria.
La intimidad de un trabajo viene dada por la implicación de uno, de algún modo es como dejar abierta una puerta entre lo que uno es y el tema en el que está trabajando. Si esa puerta se cierra podremos hacer un trabajo correcto, interesante, pero difícilmente conmovedor o provocador. En mi proceso creativo necesito tiempo para desarrollar, necesito tropezarme, hacer bocetos, fracasar y recomenzar. Pero es cierto que también es preciso concluir, realizar la obra y terminar, aún con la sensación de que no lo hemos agotado. Siempre se tiene la sensación de que nuestro trabajo está incompleto. Pero si no cerramos, corremos el riesgo de perder interés o cambiar de tal modo nosotros que tengamos que recomenzar todo de nuevo. Eso sería infinito.
¿Qué piensas del fenómeno de apropiación más allá de Richard Prince? Por ejemplo: presentar retratos similares, -por no decir idénticos a otros, sea en fotografía, pintura o cualquier manifestación- sin saber que otro artista lo ha presentado antes. ¿Es un error asumible? ¿Deslegitima al artista o al curador?.
Me interesa mucho el tema de la apropiación aunque yo no lo practico. Prefiero hacer mis propias fotos, no he encontrado un modo de sentirme más realizado. Creo que la clave de una obra de arte está en su sintonía con el discurso que defiende el autor o el comisario. De esta manera, una misma obra puede adquirir distintos significados en distintos contextos. La fotografía es un medio que se nutre de la realidad, no se genera de la nada, son imágenes que ya existen en el mundo y las reinterpretamos o las ponemos al servicio de lo que queremos contar. Por tanto es muy fácil que dos imágenes de distintos autores se parezcan. La cuestión es la mirada, la voz de cada autor, aquello de lo que te está hablando con su trabajo.
Tu labor como docente en distintas escuelas de fotografía. ¿Qué intuyes o puedes describir sobre los nuevos fotógrafos que se están formando, en qué ha cambiado su lenguaje o sus preocupaciones estéticas y narrativas?
Los estudiantes a los que doy clase lo tienen, en mi opinión, más difícil de lo que lo tuvimos los fotógrafos de mi generación. Hoy en día es extremadamente sencillo producir no solo imágenes técnicamente correctas sino estéticamente virtuosas, de apariencia artística. La tecnología, el software de filtros para Smartphones hacen que cualquier foto pueda tener una estética similar a la de los grandes fotógrafos. Con este panorama es más difícil encontrar una voz propia, lo que se conoce como estilo. Creo que hoy más que nunca hay que saber desprenderse de lo innecesario. Es muy difícil formar la mirada con tantos estímulos simultáneamente. Suelo recomendar a mis alumnos que hagan búsquedas en internet como si estuvieran en una biblioteca analógica, concentrándose en un solo tema a la vez, un solo autor, incluso un solo trabajo. La parte buena es que están surgiendo jóvenes fotógrafos con un lenguaje visual muy desarrollado, muy rico, que bebe de fuentes muy distintas y es ecléctico.
MATÍAS COSTA
¿De qué te alimentas? ¿Cuáles son tus referencias en fotografía, cine, literatura, etc?
Suelo ir a exposiciones de arte contemporáneo todos los meses. Veo cine y series. Leo literatura, sobre todo ensayo. Últimamente estoy leyendo los Ensayos de Montaigne y las novelas de W.G. Sebald y J. M. Coetze. Vi recientemente una exposición de Hans Peter Feldmann que me interesó mucho. También estoy familiarizándome con los fotógrafos americanos de los años 70, como Stephen Shore, Joel Meyerovitz o William Egglestone. Digamos que admiten relecturas distintas, y ahora que llevo ya más de 20 años en la fotografía los leo de otra manera. Veo cine actual, pero no necesariamente de estreno. También el cine de Hanneke y de gente como Iñarritu o Guillermo Arriaga. Veo series como True Detective o Breaking Bad, que me entretienen y me enseñan mucho sobre estructura narrativa y construcción del personaje. Y siempre releo a Carver y a Pessoa.
Estudiaste en la Universidad Complutense. ¿Cómo fueron aquellos años? ¿Fueron estimulantes o tuviste que buscar más allá de aquellas fronteras?
Bueno, la verdad es que yo tuve una formación irregular y muy autodidacta. Dejé los estudios a los catorce años y me dediqué a una vida, digamos, no reglada. Después, a los 17 años descubrí la fotografía y me entregué de lleno. Cuando ya trabajaba como fotógrafo, a los 21 años decidí retomar mis estudios en el lugar donde los había dejado, así que me hice toda la secundaria y la carrera mientras trabaja a tiempo completo en un periódico. No pisé mucho la facultad, y sinceramente, creo que no me perdí mucho, la mayoría de los profesores enseñaban cosas totalmente desactualizadas y la metodología docente no estaba tan orientada a la formación de un conocimiento crítico como a la repetición de esquemas obsoletos y dogmáticos. Lo único que lamento de mi experiencia es no haber vivido los años de estudiante como estudiante.
Entiendo que no ha habido una sola generación en tu familia que no haya emigrado. Desde tus antepasados paternos judíos del este de Europa, a los italianos y españoles de tu madre. De hecho tú naces en Argentina y después España se convierte en tu hogar. Tu obra personal es fundamentalmente documental. ¿En qué medida tu propia historia te ha influido en decantarte por este género?
Mi historia personal y familiar ha condicionado mi actividad como fotógrafo y como escritor -aunque como escritor apenas comparto lo que hago-. Creo que estamos hechos de ese tipo de legados y a ello le sumamos nuestra experiencia vital. La gestión de todo eso es lo importante, lo que uno hace con esa mochila de vivencias y sentimientos. Uno puede limitarse a recoger ese bulto y llevarlo intacto hasta la siguiente generación, o puede abrirlo, ver lo que hay y discriminar entre lo que le interesa conservar y aquello de lo que se quiere deshacer.
¿Eres, o es, el fotógrafo documental un ser nostálgico?
No necesariamente. Yo sí lo soy, aunque, como dice mi colega y amigo José Manuel Navia: ‘la nostalgia está muy bien como material de trabajo, pero como energía vital no es muy recomendable’.
¿Qué tienen tus fotografías para que medios como New York Times o El País trabajen contigo constantemente?
Creo que necesitamos relatos. Los niños entienden el mundo y sus propias emociones a través de los cuentos. El adulto también necesita relatos para entender la realidad, la suya y la que le rodea. Esas narraciones tienen que aportar algo, tener una voz personal con la que algunos puedan conectar. Mi esfuerzo profesional siempre ha estado dirigido a la construcción de relatos universales desde mi perspectiva particular. Uno no puede gustar a todo el mundo, pero siempre hay alguien con quien conectas, esa gente, si está cerca, se convierte en gente con la que te relacionas, y si está lejos, te relacionas con ellos a través de tu trabajo.